jueves, 4 de mayo de 2017

Cerebro y ordenador. Ya disponible en papel

Ya está disponible en papel Cerebro y ordenador. ¿Mundos convergentes? en la tienda Amazon. El libro salió en edición digital. Muchas personas preferían el formato impreso por lo que es un placer poder darles una satisfacción.



El cerebro está de moda. Innumerables investigaciones se llevan a cabo para desentrañar sus misterios. Dos gigantescas iniciativas se han lanzado a ambos lados del Atlántico para profundizar en su conocimiento. Todas las semanas las televisiones y la prensa no especializada narran noticias sobre los últimos interfaces cerebro-máquina.

Los ordenadores tienen poco más de cincuenta años. Es este tiempo han cambiado la forma en que vivimos. Cada día hacen cosas más sorprendentes. La comparación es inevitable. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian cerebro y ordenador? ¿Hasta qué punto se complementan? ¿Convergirán algún día estos dos prodigios?

Incluye prólogo de Juan Antonio Zufiria

lunes, 17 de abril de 2017

Sobre la conciencia. Ya disponible en papel

En septiembre de 2015 publiqué en formato digital Sobre la conciencia. Opúsculo. Desde entonces no ha parado de venderse a un ritmo constante. Ahora el libro está disponible también en papel. Una pequeña obra que no ha parado de darme satisfacciones.

¿De qué forma algo físico como el cerebro genera algo no físico como la mente? ¿Qué es algo tan inmaterial como el pensamiento? La conciencia es el problema más complejo que tiene planteada la humanidad. Aunque las aproximaciones filosóficas siguen siendo válidas, la ciencia aporta nuevos enfoques al antiguo problema. Esta breve obra se acerca de forma comprensible al gran misterio de la conciencia abordando todos los aspectos relevantes desde la filosofía a la ciencia partiendo de la experiencia cotidiana.


martes, 28 de febrero de 2017

Camarero o abogado ¿Qué trabajo automatizamos?

La Inteligencia artificial es lista pero los robots son torpes. Nuestro pensamiento es más automatizable que nuestro cuerpo



Nuestro cerebro creció, comenzamos a pensar y nos hicimos humanos. A nuestro alrededor otras criaturas, los animales, nos parecieron inferiores, los sometimos y casi acabamos con ellos en su estado salvaje. Nuestro evolucionado cerebro nos permite procesos mentales más complejos que el de nuestros compañeros de planeta: tenemos pensamiento simbólico y conciencia aunque últimamente reconocemos que la conciencia es cuestión de grados y los animales también la tienen en alguna medida. Pero no cabe duda de que somos más listos.

Nuestro cuerpo, por el contrario, nos parece poco importante. Hay animales más rápidos y fuertes. Unos vuelan y otros nadan. No somos físicamente mejores que ellos y en la comparación menospreciamos nuestras capacidades físicas.

En esto estábamos cuando llegaron las máquinas. Las primeras, del orden de los robots (telares, tractores, aviones), tenían que ver con magnitudes físicas: fuerza, velocidad o resistencia. Pocos consideraron que suponían un desafío a nuestra humanidad puesto que ya había otros seres más veloces, robustos e incansables: los animales. Pero cuando otras máquinas, del orden de los ordenadores, se hicieron más listas que nosotros, nos desafiaron en un plano genuinamente humano: la inteligencia. Nunca había existido un ser más inteligente que nosotros en la Tierra. No nos hemos acostumbrado a la competencia y aún ahora, y cada vez más, digerimos muy mal el desafío de las máquinas. Si los ordenadores son más inteligentes, ¿cuál es la esencia humana?

Un aspecto fascinante de nuestros nuevos compañeros de viaje es que nos obligan a revisar nuestro concepto de nosotros mismos. ¿Somos tan listos como creemos? ¿Nuestro cuerpo es tan despreciable?

Hans Moravec, uno de los padres de la Inteligencia Artificial, estableció la paradoja que lleva su nombre. Contrariamente a lo que pueda parecer, muchas de las funciones mentales que consideramos difíciles son realmente fáciles computacionalmente, pero algunas cosas que nos parecen fáciles son muy difíciles de replicar para los ordenadores. Resolver un sistema de ecuaciones diferenciales es complicado para el cerebro pero sencillo para un ordenador. Esto es debido a que nuestros cerebros no han evolucionado para hacer ecuaciones diferenciales. No es adaptativo.

¿Y qué ocurre con los problemas fáciles? Un ordenador tiene enormes dificultades para realizar tareas que para nosotros son simples. La paradoja de Moravec dice que funciones como el procesamiento visual o moverse en una habitación (y que compartimos con los animales) están precableadas en nuestro cerebro por millones de años de evolución y su realización es sumamente eficiente. En sus propias palabras: "El proceso deliberativo que llamamos razonamiento es, creo, el barniz más delgado del pensamiento humano, efectivo solo porque se basa en el conocimiento sensoriomotor, mucho más antiguo y poderoso aunque habitualmente inconsciente".

En realidad nuestras funciones cognitivas superiores como la conciencia son una débil capa neuronal y el inconsciente movimiento de nuestro cuerpo requiere una masa de neuronas mucho mayor. Mover nuestro cuerpo es extremadamente difícil y computacionalmente muy exigente. Incluso en comparación con los animales nuestro cuerpo es fascinante: ningún animal tiene las habilidades combinadas para escalar una roca, hacer una pirueta en el trampolín y tocar el piano.

Trasladado al mundo de las máquinas resulta que los robots son extremadamente torpes en comparación con nosotros y los ordenadores mucho más listos en un número creciente de tareas. Tradicionalmente hemos pensado que las máquinas automatizarán y desplazaran a los llamados blue collar, los trabajadores de baja cualificación. Pero es hora de que cambiemos nuestra forma de pensar: los white collar también están en el punto de mira. Lo rutinario es automatizable. Si puedes describir tu trabajo de forma sencilla para que otra persona pueda hacerlo es probable que también una máquina pueda realizarlo. Abogados, médicos o analistas financieros desempeñan muchas tareas rutinarias y automatizables. ¿Pueden competir un abogado revisando la jurisprudencia, un médico investigando todos los casos relacionados con una dolencia o un financiero preparando un informe sobre miles de empresas con máquinas?

El mercado laboral camina hacia una gran polarización. La robótica será incapaz de automatizar muchas tareas de baja cualificación que requieren habilidades motoras como camarero o electricista. La Inteligencia Artificial aún dista de sustituir muchas tareas de alto nivel. En medio queda una enorme masa de empleos antaño considerados buenos trabajos que son carne de cañón para su sustitución por las máquinas.

No desprecies tu cuerpo y no creas que tu mente es una barrera insalvable para las máquinas.
Artículo publicado originalmente en bez

jueves, 9 de febrero de 2017

El trabajo no dignifica

A la mayoría de las personas no les gusta su trabajo. Vivimos en una contradicción: queremos trabajar y solo esperamos el momento en que termina la jornada. Deberíamos replantearnos por completo el empleo moderno y prepararnos para un mundo de ocio.


Los robots nos robarán el empleo y ello nos causa una gran consternación. ¿Qué haremos sin trabajo? ¿A qué dedicaremos nuestro tiempo? ¿Se puede ser feliz sin trabajar? Aparte de dinero, ¿da el trabajo satisfacciones? ¿Dignifica? Sin trabajo, ¿caeremos en la pereza y en la inactividad llevando una vida anodina? ¿Somos capaces de tomar el control de nuestra vida sin que nadie nos diga qué hacer durante muchas horas diarias?

Un futuro en el que las máquinas realicen el trabajo humano y mecanismos redistributivos, como la Renta Básica Universal, aseguren la satisfacción de las necesidades básicas puede resultar utópico o distópico según la actitud que tomemos y nuestros recursos personales.

Estamos tan acostumbrados a considerar el trabajo algo imprescindible para la realización personal que apenas podemos pensar en un mundo sin él. Pero no siempre ha sido así. En la antigüedad el trabajo era algo indigno propio de los esclavos. Según Herodoto el desprecio al trabajo estaba arraigado en los griegos, egipcios, persas o árabes. Las personas libres debían dedicarse al ocio, mientras que su negación, el negocio, era propio de los infelices. Y los romanos, que consideraban arte a todo buen hacer, llamaban sórdidas artes a los oficios.

El trabajo tiene una recompensa evidente: el salario. Se supone que además dignifica, permite al ser humano desarrollar sus potencialidades. Además nos hace sentirnos útiles, ser provechosos para la comunidad. Y ello nos hace sentirnos integrados. En muchos casos además socializa y nos pone en contacto con otras personas. Y aumenta nuestra autoestima.

No trabajar, por el contrario, tiene consecuencias negativas. No tenemos ingresos ni acceso a muchos recursos que deseamos. Somos dependientes de otros como el Estado, los subsidios o la familia. No sentimos culpables y marginados.

Pero lo cierto es que la mayoría de las personas detesta su trabajo. La empresa de encuestas Gallup realizó un estudio en 2012 en 142 países. Los resultados son demoledores. Sólo el 13 % está interesado en su trabajo, 1 de cada 8 empleados, unos 180 millones de personas en el mundo. Por el contrario, el 63 %, unos 900 millones de personas, se encuentra desmotivado por su trabajo y el 24 %, unos 340 millones, lo detesta.

Quizá el lector de este medio y otras muchas personas disfruten con su trabajo, pero son una minoría. Basta fijarse en los trabajos que vemos a nuestro alrededor, en la actitud de muchos trabajadores y en las características de la mayoría de los trabajos para entenderlo. El trabajo aliena. Es una rutina que el trabajador aprende a realizar una tarea al principio de su vida laboral y continúa haciéndola durante años. En última instancia la gente trabaja solo por dinero. En palabras de Larry Page, CEO de Google: “A nueve de cada diez personas no les gusta lo que hacen. La idea de que todo el mundo debe realizar su trabajo servilmente y hacer cosas ineficientes para conservar su empleo no tiene ningún sentido. Ésa no puede ser la respuesta”.

Aceptemos por un momento la idea nada descabellada (de hecho la mayoría de las personas en el mundo no trabajan) de que los esclavos modernos, las máquinas, harán el trabajo y tendremos recursos suficientes para subsistir. Viviremos ociosos. Contra lo que pudiera parecer, el ocio no es sencillo. Disfrutar de una vida libre a nuestra completa disposición no es tan fácil. Como decía Keynes, hemos sido entrenados demasiado tiempo para luchar y no para disfrutar. Y cuando llega el tiempo libre para nosotros no siempre sabemos qué hacer con él.

Nos han educado para trabajar. Y en términos generales, trabajar significa obedecer órdenes. Se prima la rutina frente a la creatividad, la obediencia frente a la iniciativa. Y, abandonados a nuestra suerte, no sabemos qué hacer. Afortunadamente, o no, surgen instrumentos que nos permiten seguir viviendo sin pensar demasiado. El más importante la televisión. Y también el consumo de sustancias que aplanan la vida: el alcohol y las drogas. Así, adultos y jóvenes ven pasar la vida en un mundo que no es el suyo.

Ser libre no es sencillo. Disponer por completo de la vida propia es cansado. Lo fácil es delegar, dejarse llevar. Y quejarse. El mundo ha cambiado, pero no la educación. No formamos a las personas para ser libres, para llevar una vida plena, para hacerse cargo de su destino. Las formamos para un mundo basado en un recurso de escasez creciente: el trabajo. ¿No deberíamos empezar a educarnos para la libertad y el ocio?

Artículo publicado en bez

lunes, 23 de enero de 2017

2017, El mejor año de la historia

El mundo mejora en casi todos los aspectos, en casi todos los lugares. En la práctica nada impedirá que 2017 sea el mejor año de la humanidad




Escuchando las noticias nada parece indicar que el mundo mejore; el catálogo de desgracias y amenazas que se ciernen sobre la humanidad se muestra aterrador. Sin embargo, los medios no son el mejor lugar desde el que observar la evolución del mundo. Las buenas noticias no interesan, es aburrido hablar de la vida de la mayoría de los ciudadanos que come, sale a la calle, habla con sus semejantes, no sufre violencia y lleva una vida razonablemente apacible. Las historias de la literatura o el cine apasionan porque el héroe sufre, duda y está a punto de ser derrotado. El gran protagonista de la ficción es el mal.

Para juzgar la evolución del mundo de una forma objetiva hay que alejarse de los sentimientos y acudir a los datos, y estos son demoledores: todo muestra que el mundo mejora. En lo personal puede irnos mejor o peor y en última instancia todos acabaremos mal. Nada ha conseguido que la mortalidad humana varíe un ápice: sigue siendo el 100%. Pero esto es conocido y por tanto no es noticia. En palabras de Obama, este es el mejor momento de la historia para nacer.

En 2000, Naciones Unidas estableció los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio, un ambicioso programa que duró hasta 2015. Según Ban Ki-Moon, la movilización mundial tras los ODM ha generado el movimiento contra la pobreza más exitoso de la historia. La pobreza extrema ha pasado del 47 % en 1990 al 14 % en 2015.

Los datos sobre la evolución de la salud mundial son igualmente positivos. En plena guerra fría, el esfuerzo conjunto de EE.UU. y la URSS. consiguió la erradicación de la viruela. Otras pestes que asolaban el planeta llevan el mismo camino. En 2014, la OMS declaró erradicada la polio en India. En 2014, en Nigeria hubo seis casos. África y el mundo están a punto de acabar con la terrible enfermedad. Incluso la malaria está siendo severamente reducida en un 40% desde 2000.
La mortalidad infantil decrece, la esperanza de vida al nacer aumenta y lo mismo ocurre con las calorías por habitante (vinculadas con el hambre). Si el lector tiene más de 40 años considere que de haber nacido hace dos siglos habría fallecido antes de esa edad.

No sólo vivimos más y mejor. Estamos mejor educados. El incremento de alfabetización en el mundo deja la asombrosa cifra del 95 % de hombres y mujeres mayores de 15 años que saben leer y escribir.
Como consecuencia, el índice de desarrollo humano se ha elevado considerablemente. El HDI incluye esperanza de vida al nacer, educación e ingresos en PIB.

Si bien es difícil medir la situación de la mujer, algunas variables ayudan a comprender el avance en la igualdad de género, como el nivel educativo de las mujeres, la edad de casamiento o la edad en la que tienen el primer hijo. En todas estas variables los datos mejoran.

Estas mejoras no son cosas del mundo desarrollado, es justamente en los países en desarrollo como los asiáticos y africanos donde los avances son más sustanciales.

Las dictaduras eran lo común hace décadas (y desde luego siglos), pero eso ha cambiado y la democracia avanza en todas las regiones del planeta. Y la violencia es menor que nunca, sea entre personas, en guerras civiles o en conflictos entre países. La guerra es cosa del pasado. Hace Steven Pinker (autor de Los mejores ángeles de nuestra naturaleza) una reflexión muy llamativa: cuando escuchamos una historia de violencia, tendemos a pensar en lo bajo que puede caer el ser humano. En su lugar podríamos pensar en lo alto que hemos puesto nuestro umbral: multitud de comportamientos aceptables en el pasado hoy son del todo intolerables.

Incluso la superpoblación está dejando de ser un problema. Bangladesh tiene una tasa de fertilidad (número de hijos por mujer) de 2,5 que es justamente la tasa mundial, muy cerca de la estabilidad poblacional. La población máxima se alcanzará en 2100 con 11.000 millones, menos que el doble de 2000.

Casi el único problema en que empeoramos es la salud del planeta. El cambio climático y el deterioro de la Tierra siguen avanzando. Ha mejorado, eso sí, la conciencia global, pero no es suficiente, los
malos hábitos persisten.

No somos complacientes. Tenemos multitud de problemas y trabajo que hacer: el mundo no es y no será perfecto. Y siempre encontraremos áreas de mejora y problemas que antes no eran considerados como tales: la violencia o la desigualdad de la mujer antes eran lo normal y hoy son inaceptables.
Tan improbable como que un meteorito asole la Tierra es que estas tendencias globales cambien. Habrá retrocesos, pero los avances contra la pobreza, la violencia, en pro de la educación, la libertad, la democracia y el bienestar común hacen predecir que 2017 será el mejor año de la historia de la humanidad.

Artículo publicado en bez

lunes, 16 de enero de 2017

¿Es la Inteligencia Artificial lista o tonta?

La Inteligencia Artificial ¿Es una amenaza? ¿Contra qué o contra quién? ¿Contra el empleo o contra el mundo?

Tenemos una idea amenazadora sobre la Inteligencia Artificial IA derivada de las películas de ciencia ficción que consiste en un ser muy evolucionado que dominará el planeta. Pero también tenemos la contraria, la que viene de hablar a Siri o sus hermanos y, viendo lo lejos que están de comprendernos, concluir que solo son máquinas estúpidas. La realidad se sitúa en el punto medio: no está cercano el momento en el que la IA sea autónoma y todopoderosa, pero cada vez hace más cosas mejor que nosotros los humanos.



Empecemos por clarificar lo que hay detrás de la poderosa IA de películas como Terminator. Técnicamente hablamos de IAG, Inteligencia Artificial General, es decir, que sirve para un propósito general, que puede resolver cualquier problema. Nosotros los humanos somos una Inteligencia General que aborda cualquier cuestión, desde tomar un fruto de un árbol a escribir una carta. En buena medida los animales también lo son aunque su ámbito de resolución de problemas sea menor así como más limitadas sus respuestas.

Al temor generado por esa IAG planteada por las películas se ha unido la opinión de importantes científicos y pensadores, fans o denigradores de la IAG que son los transhumanistas y futuristas. Quizá el más conocido sea el fundador de la Singularity University, Ray Kurzweil autor de La Singularidad está cerca.

La tesis de la singularidad es sencilla. Según la ley de Moore, el crecimiento de la potencia de los ordenadores es exponencial. En algún momento (¿2045?) serán más inteligentes que los humanos. No podemos predecir lo que ocurrirá a partir de entonces, por lo que llamamos a ese momento la singularidad (término tomado de la física en casos como el big bang).

Otros como Nick Bostrom, autor de  Superintelligence se lo han tomado muy en serio y plantean comenzar con el control de la IAG antes de que sea tarde. Una IAG no tiene que ser mala para ser dañina como es el caso del maximizador de clips. Es una máquina cuyo objetivo poco amenazador es fabricar clips de papelería. Los diseñadores imbuyen toda la inteligencia que pueden en la máquina hasta hacerla muy inteligente. La máquina sigue su objetivo ciego de fabricar clips para lo que crea otras máquinas que fabrican clips hasta convertir el planeta en una fábrica de clips. O una máquina que para acabar con la enfermedad acabe con los humanos. O la fábula de los gorriones y el búho. Los gorriones están cansados y deciden buscar un búho para que trabaje por ellos. Uno más sabio dice: “¿no sería mejor saber cómo se domestica un búho?”. “No”, responden, “bastante difícil es encontrar un huevo, vayamos a ello”. Y así parten todos a buscar el huevo antes de solucionar el problema del control.

El número de ejemplos, situaciones paradójicas y películas sugerentes es inacabable. Pero seamos serios, ¿va eso a ocurrir pronto?

Una opinión muy autorizada es la de Andrew Ng, ingeniero de Google y  jefe científico de Baidu (el buscador chino). Según Ng, preocuparse del lado oscuro de la IA es como preocuparse de la sobrepoblación en Marte. “El principal problema que la tecnología ha supuesto durante siglos es su amenaza contra el empleo. Por ejemplo, hay tres millones y medio de camioneros en Estados Unidos. Creo que necesitamos que los líderes gubernamentales y empresariales hablen sobre esto y pienso que el énfasis en los malvados robots asesinos es una distracción innecesaria”.

Porque la IA es más bien una inteligencia concreta, limitada, pero que está demostrando ser muy eficaz en múltiples tareas. La IA es un conjunto de programas que poco a poco van automatizando funciones antes solo aptas para los humanos. Una vez que una tarea la realiza una máquina ya no la llamamos IA. Por ejemplo el ajedrez, o el reconocimiento de voz o el de imágenes. ¿Es el GPS del móvil IA? Hace unos años era una tarea imposible para una máquina, pero ahora ya no la consideramos IA.

Entre los ámbitos en los que la IA está evolucionando más cabe destacar el lenguaje humano. Pasar de voz a texto era en extremo complejo, pero ahora es rutina para muchas personas que dictan a su móvil. La nueva generación de traductores automáticos (basados en las redescubiertas redes neuronales presentes en muchas IA actuales) alcanzará pronto la eficiencia de los expertos humanos. Los nuevos chatbots responderán masivamente a nuestras peticiones en lenguaje humano.

El jefe no va a llegar un día a presentarte a Robby, el robot que te va a sustituir. Por el contrario, un enjambre de pequeñas IA habrán ido desempeñando poco a poco tus tareas hasta que seas prescindible. Esa es la amenaza. Y si piensas que se trata de neoludismo antitecnológico escucha lo que, sutil o abiertamente, dicen Barak Obama, Bill Gates, Larry Page, Elon Musk y otros líderes tecnológicos.

Publicado en Bez